Un corazón liberado

El aire cálido empujaba mis pasos apresurados, arrastrándome en una carrera ciega, sin pausa para entender lo que sucedía a mi alrededor. 

 No sabía si me llevaba hacia adelante o solo me arrastraba con él.

El viento murmuraba promesas de esperanza, pero su aliento traía un matiz amargo, casi como un reproche.

Entonces, tropecé. Mis pies rebeldes se enredaron en su propia prisa, y la caída fue inevitable. Quise gritar, pero en su lugar escaparon lágrimas que llevaban demasiado tiempo prisioneras. Con ellas, las nubes negras que habían poblado mi mente comenzaron a disiparse.

Al apoyar las manos en el suelo, entre mis dedos resbalaba una sustancia espesa, de tonos enfermizos. No tenía olor, pero su peso era insoportable. Densa como el rencor, pegajosa como los recuerdos que nos negamos a soltar. Su color verde translúcido se mezclaba con matices morados y puntos oscuros incrustados en su viscosidad. Se movía con una lentitud inquietante, como si respirara. Algo vivo, asfixiante… y repugnante. 

Fue entonces cuando lo vi. Allí, frente a mí, tenía a mi corazón en mis manos. Liberado. Despojado del espejismo de la venganza y del peso de una herida que había llevado demasiado tiempo. Palpitaba con un ritmo nuevo, ajeno al peso que lo había encadenado durante tanto tiempo.

Por un instante, dudé. ¿Debería recogerlo? ¿O dejarlo ahí, desnudo y libre, sin el lastre del pasado?

Me puse en pie y di un paso. Luego otro y aceptando mis limitaciones continué sin mirar atrás.

 

Gracias por leer estas líneas. 

SG.-

 

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