Con un Vermouth en la mano

Es martes por la noche, hace un calor infernal a las 23 hras. La temperatura está a 32 grados y 80% de humedad. Me doy una ducha con agua fresca. Me sirvo un Martini Rosso con abundante hielo y manos a la obra… Hablemos de deseos y estímulos que te rescatan del olvido propio.

Muchas veces me pregunto de qué o sobre qué escribo. Quisiera tener un editor/a que me guiara y me diera las pautas, pero no es así. Las decisiones las tomo yo y en este burro estoy montada solita. Lo curioso es que no sé en qué dirección estoy remando. Solo sé que me siento plena, capaz y con muchísimas ideas en la cabeza.

Quisiera que esto me generara dinero para poder continuar en esta línea. De momento, no es así. Bueno, a lo que voy, no me quiero desviar del tema. Me busco la vida como puedo, escribo sobre lo que quiero y, mientras tanto, disfruto de mis “locuras digitales”, porque no quiero sentirme al margen de la modernidad.

He vuelto a sentirme bien, en todo el sentido de la palabra.
Llevaba mucho tiempo apagándome por intentar tener encendido el modo supervivencia. Ahora no es que no sobreviva, sino que he dejado de darme mala vida por los problemas. Si las cosas están a mi alcance, perfecto; si no, que pasen sin hacer mucho ruido.

Antes me sentía mal por muchas cosas. Por ejemplo: por tener una actitud "complaciente" y mantener a raya la manera tan directa de decir las cosas, por sentirme mal si opinaba de manera distinta, por reclamar respeto… y eso en parte, me trajo baja autoestima. Porque es como sentirte juzgada o estar siempre en la mirada de todos. Ahora no. He vuelto a rescatarme. Simplemente mantengo una posición y ni sufro ni padezco por cosas "simples". He vuelto a liderar mi camino.

Es así como surge el deseo y el estímulo para llevar a cabo mis actividades: nace de lo que siento, sin importar lo que opinen los demás. Y por supuesto, que me importa lo que tú opines, pero eso no va a determinar mis pasos. Es muy duro pensar que te juzgan o te critican. También es muy doloroso vivir una vida de apariencias, buscando el ángulo idóneo para encajar.

Hoy tengo la madurez suficiente para manejar ciertas situaciones. Agradezco a la vida la cantidad de experiencias de las que me ha hecho partícipe. Si miro hacia atrás, mi vida ha estado llena de muchos actos de audacia y nunca los he digerido del todo. Desde que me fui de Venezuela no me he dado la posibilidad de llorar a mar abierto a mi familia, a los amigos que dejé, a esa vida bonita que tenía allí, por estar en modo supervivencia...

Estar en el punto de “bienestar” en el que estoy ahora me daba miedo, porque ser emigrante y estar “bien” a veces parecen conceptos incompatibles. Pareciera que muchas veces tenemos que llevar la cruz de la pérdida. Como si fuera una especie de traición a todo lo que dejamos atrás, o como si no fuera legítimo soltar y aprender a ser una nueva persona. De cierta forma, así es. 

Sin embargo, para sobrevivirle a mi cabeza he tenido que aceptar que mi "nueva vida" incluye nuevas costumbres, tradiciones, formas de expresarme y cambios en mi estilo de vida. No hay más. No se puede vivir entre lo que fuí y lo que soy... o entre lo que tuve y lo que tengo. Y si tú también te estas dando la oportunidad de ser parte de una nueva comunidad, adapta la mirada, porque hallarás muchas cosas positivas en el entorno.

Uno de mis grandes estímulos es leer. En el día a día me gusta ojear revistas, porque son versátiles; hay muchos temas atemporales, cortos y ligeros. Sobre lecturas más largas, prefiero los libros. Me gusta el género thriller y el romántico. Aunque este último es para descansar de tanto suspenso.

Pero ese hábito también lo fui perdiendo al llegar a España. Entre adaptarme, trabajar, resolver lo urgente y el eco de hay cosas “más importantes que hacer”, terminé apartándolo. Dejé de regalarme ese rato conmigo.

Ahora, del deseo… aquí quiero hacer una parada importante.

Se dice que el deseo -es la inclinación o anhelo hacia algo que se percibe como necesario, valioso o placentero. - Y en este punto de mi vida estoy: intentando reconectar con aquello que necesito. Reavivando ese carisma que he tenido y apartando al sentimiento de la Sara pequeñita.
En primer lugar, deseo tiempo para hacer deporte, para cocinar saludable (No te das cuenta de lo valioso que es comer sano hasta que tienes una intolerancia o mucha inflamación) y para tener momentos de calidad con mi esposo y mi perrita.

Me gustan los idiomas… he tenido que dejar mis estudios de Alemán de lado, porque compatibilizar trabajo y vida personal en España es muy complicado. Me he planteado retormarlo, no por el idioma en sí, sino por la interacción con los compañeros, las risas, los chistes, el intercambio cultural, etc. 

En líneas generales, había perdido el deseo de salir con amigas, en bicicleta, incluso de salir de casa a tomarme un café en el bar de la esquina. Sacar a mi perrita se convirtió en una penitencia, porque vivía cansada, sin ganas, sin espíritu. Me apunté a un curso de escritura creativa que me costó un riñón y lo abandoné porque no quería hacer más esfuerzos mentales y finalmente, abandoné esta práctica por muchos factores.

El yoga me ha ayudado a respirar, a relajarme, a trabajar mi rigidez mental. Me ha enseñado a poner en una balanza mis prioridades y a gestionarlas según mi alcance. Ahora eso también, se ha convertido en un estímulo necesario para no quedarme dentro de un bucle. Cuando me siento agobiada, respiro al ritmo de Pranayama. 

Ha vuelto el deseo de hacer mis pensamientos públicos, a seguir mi camino sin un mapa claro y aunque la constante sea: ¿quién me leerá?, como no lo sé y no está bajo mi control… ya eso no me quita el sueño.

Me han vuelto las ganas de viajar: descubrir nuevos rincones, probar nuevos sabores y sentirme parte de la historia. Y es así, como entre tantos estímulos y deseos que me motivan —leer, viajar, pensar, sentir— escribir se ha convertido en un hilo invisible que me cose por dentro. No siempre nace de la calma. A veces, del caos y otras, del recuerdo.

 

Gracias por leer estas líneas. 

SG.-

 

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