Rediseño en proceso...

A veces, al rozar la punta del bolígrafo contra el papel —o al teclear en mi portatil—, siento una especie de zumbido antiguo. Como si ya hubiera estado aquí. Como si, en otra vida, yo hubiera sido una escritora   reconocida, con libros en vitrinas, firmas de ejemplares y palabras que arrastraban aplausos. Tal vez        incluso tuve un imperio literario, sin bloqueos ni dudas, solo una mente afilada y textos como soldados: perfectamente alineados.

¿Y qué pasó? ¿Será que pedí calma, y el universo tradujo silencio absoluto? y me puso en esta vida donde decidí escribir sólo para mí. Empecé a los 13, en el periódico del colegio. Firmar una nota me hacía sentir  importante, pero a esa edad no sabía si era algo a lo que quería dedicarme. Luego descubrí otra forma de escribir: la íntima, la que se mete entre el pecho y la garganta. Recuerdo insistirle a mi madre para que me comprara una Pascualina, un diario de tapa dura, espiral y candado. Allí salvaba mis emociones más inocentes, los propósitos y algunos desengaños.

Después vino la vida: estudié periodismo, trabajé, escribí de otras formas. Dejé mi voz en pausa. Quizá por miedo, quizá por costumbre. Seguí escribiendo en secreto durante años. Hasta que me aparté de ese     camino. Fuí creciendo y solo quería terminar mis estudios, trabajar, salir de fiestas, viajes y conocer al amor de mi vida... y así fue.

Sin embargo, un día después de tantas vivencias que voy a dejar entre paréntesis, simplemente, volví.   Oxidada, insegura, con malas conjugaciones, pero volví. Leí mis cuadernos, aquellos que cruzaron el oceáno conmigo y me reconocí. Me pregunté por qué nunca le di espacio a eso que me daba sentido. 

A lo mejor pensé que la tecnología no avanzaría tan rápido y creí que podía apretar un botón mágico y   tenerlo todo en un abrir y cerrar de ojos: web, portafolio, seguidores, una comunidad increíble. Nada más lejano a la realidad; ese botón no existe. La espera, la edición, las métricas y la constancia para mantener el engagement a mí, me desgasta y me desconecta de esta práctica tan apasionante y liberadora. 

Me gusta el anonimato. Otras veces sueño con escenarios y lectores fervientes. Todos los días pienso en cómo llegar a quienes no me conocen. Me contradigo, me compadezco, luego me convenzo de que si   puedo llevar esto a cabo y no sentirme un fósil digital y vuelvo a la contradicción... porque soy humana, terca y  en reconstrucción.

Y te preguntarás: esa idea de rediseño, ¿a qué viene? Te lo cuento brevemente: Estoy sobreviviendo al     diluvio hormonal que me quiere doblegar, que no quiere dejar ir a la persona que fuí y no me deja abrazar a la que está por llegar. Hoy me miro al espejo y no me reconozco. Siento que estoy mutando, como si   volviera a tener entre veinticinco y treinta y no, no es allí donde me identifico. 

Tampoco me siento tan mayor para ir por la vida cargada de experiencias y recomendaciones, pero hay algo en mí que ya no se está ajustando a determinados moldes o comportamientos. No quiero resignarme a lo práctico, pero tampoco quedarme atrapada en sueños vaporosos. Quiero realidades y si no llegan, al menos que me encuentre el coraje y no la frustración.

Estoy reescribiendo mis términos. Depurando mi forma de ver el mundo. Reconociendo mis ojeras de  guerrera, mis canas rebeldes, mi cabello enredado o mis arrugas conspirando en silencio. Mi cuerpo me reclama tiempo de calidad (así sea a solas). Me exijo ligereza porque llevo un buen rato practicando la    relatividad de las cosas y sobre las personas. De allí, un poco el concepto... estoy recopilando de nuevo esos proyectos que dejé para después, aunque aveces me provoca archivarlos, pero una parte de mí se niega a guardar en el cajón lo que disfruto hacer.

Una amiga de veinte me recordó la furia luminosa que yo tuve. Hoy, en cambio, prefiero el sosiego. No   necesito gritarle al mundo que aquí estoy. El susurro también cuenta. El anonimato también es un escudo. Tampoco quiero caminos marcados, ni mapas ajenos que me guien. Así que, con voz bajita y paso a paso también voy a celebrar mis avances y dejar que el tiempo haga su trabajo aunque me sienta en otro huso horario.

No obstante, en el fondo, lo tengo claro: todo lo que fui —esa voz crítica, la intensidad, ese ímpetu de     huracán— sigue ahí, escondido bajo la calma, transformándose en otra cosa y por más que intente         ordenarlo, escapa en cada línea.

 Soy un archivo de Saras posibles y todas laten, al unísono, en este corazón.

 

Gracias por leer estas líneas. 

SG.-

Todos los derechos reservados.


 

Necesitamos su consentimiento para cargar las traducciones

Utilizamos un servicio de terceros para traducir el contenido del sitio web que puede recopilar datos sobre su actividad. Por favor revise los detalles en la política de privacidad y acepte el servicio para ver las traducciones.